miércoles, 31 de agosto de 2011



¿Está contento tu corazón?

Así comenzaba la carta de un amigo mío, que es un verdadero Ángel. Con su pregunta resonando en mi cabeza desfilaron por delante todos los deseos, los propósitos y las expectativas que me había hecho para el verano; por un momento mi respiración paró pero al siguiente latido surgieron a su vez las personas, los instantes los recuerdos de lo que resultaron ser estos meses de julio y agosto.

Es verdad que no he aprendido más inglés, ni he salido a correr cada mañana por la urbanización, tampoco creo ser más culta que al comenzar el descanso...pero sí: soy más feliz. La vida me ha regalado dos meses para poder amar más, dejarme amar por las personas que me rodean y también por Dios.
Sí, está contento mi corazón, pese (y quizá gracias) a no haber hecho realidad la mayoría de mis planes.

Cuando escribí la última entrada tenía pensado pasar toda la crónica del viaje a Tierra Santa, casi siempre me dejo llevar por los impulsos y por grandes arrebatos que luego me es difícil mantener. Por fortuna, la vida me sigue enseñando que no he de encender hogueras más grandes de las que puedo alimentar con mimo y cuidado. No sin resistencias aprendo que es preferible ser una pequeña luz que alumbre lo importante a una gran hoguera, que acapara todas las miradas pero se consume pronto y distrae de lo que es más esencial a los demás para su felicidad.

Todos mis planes estaban centrados en mí, pero en ellos no hubiese encontrado lo que me falta, ni dado de lo que dispongo. Qué bueno que al final la vida me corrige siempre para que ambas salgamos ganando. De hecho si busco qué cosas del verano son las que me dejan afirmar con rotundidad que está más contento mi corazón, me sorprendo pensando en un paseo con una buena amiga, en las risas del juego de mesa con mis hermanos en el jardín de casa, en la visita a familiares mayores que hacen memoria de su historia y de la nuestra, en una siesta improvisada de Domingo en el sofá, en una postal que espera en el buzón una mañana, en encuentros con amigos de siempre, en cada Eucaristía, en ratitos de oración, escuchando la risa de la vecina de 8 añitos que se escucha tras el brezo, sintendo en la cara la lluvia que refresca tras una jornada sofocante, emocionándome con los emails que me llegan sin esperarlos, de tapas por el centro de Madrid...

es justo en la sencillez donde encuentro mejor la dulzura de la vida, en esta dulzura la belleza y a su vez en ella la verdad de mi propio sentido.

Mañana cambia el escenario, pero el rumbo no.
Regreso al centro donde he pasado los tres últimos cursos y comienzo el cuarto.
Pienso en mis compañeros, en los alumnos, en sus familias...en ese pequeño mundo que conformamos todos día a día.
Preparo ya en mi rostro la sonrisa, mañana deseo hacer de ella la bienvenida y trataré de dejar a lo demás que vaya surgiendo. Por una vez deseo darme el permiso de no adelantar expectativas, proponerme no proponer más que el poner entusiasmo y calma en la tarea, amor en la misión y fe en quien es Camino, Verdad y Vida.

Termino con una oración que ha llegado a mis manos hoy. Mientras la rezo os tengo presentes a TODOS, que mañana tengáis feliz estreno de septiembre y podáis contestar sin miedo que está contento vuestro corazón.


" Señor, aumenta mi fe en la bella misión que me confías, pero al mismo tiempo concédeme la luz y las fuerzas necesarias para ello. Que esté tan unida a Ti, que al darme a los demás, al actuar y trabajar no me busque a mí misma sino que busque darte a ti a conocer. Haz mi corazón semejante al tuyo para amar a los niños, a mis compañeros, a sus familias como les amas Tú.
María, modelo y madre de todos los educadores, ayúdame a hacer nacer y crecer a Jesús allí donde me encuentre. Enséñame tu humildad, tu sencillez, tu confianza en el Señor, para que responda Sí a lo que Él me pida y, como hiciste tú, siempre se lo agradezca"

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